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Crónicas de colores invisibles: oro, platino y diamantes

Lucero Márquez. El 18 de noviembre de 2014 cumplí cinco años como usuaria de una perra guía muy hermosa: Ava. Comparto con ustedes este texto muy especial que escribí pocos días más tarde, el 22 de noviembre de ese año.

Rochester, Michigan.

18 de noviembre de 2009.- Sentada en la mullida cama de mi cuarto en Leader dog for the blind, sostengo entre mis manos, y sobre mis piernas, mi bastón de aluminio plegado, frío. Tengo lágrimas en mi cara porque tengo miedo y no sé si lo haré bien; no se si a mis 29 años seré capaz de hacerme cargo de otra vida, además de la mía tan revuelta. Pero ya estoy aquí, con mi esfuerzo, y el de muchos otros, con mi dinero y el de quienes confiaron en este proyecto y me ayudaron, pensando que esto sería una forma de mejorar mi calidad de vida y mi desplazamiento por las calles.

No se escucha nada hasta que, de pronto, se abre una puerta, es la de la estancia. Ruidos como de cadenas, la voz de mi entrenadora, y Paulina, la intérprete. Alguien toca a mi puerta; me enjugo las lágrimas con un papel, y abro. La entrenadora, a través de Pau me dice: “Lucero, traemos a quien esperamos sea tu acompañante durante muchos años. Ella es Ava, raza labrador dorado, con un año y cuatro meses de vida. Pensamos que sería adecuada para ti. Tiene tu carácter y estoy segura que harán un excelente equipo. Te dejamos con ella para que la conozcas. Convive con ella. Por favor, no le des órdenes, solamente conócela y nos vemos a la hora del almuerzo”.

Es una perrita pequeña —pensé— con rasgos finos. Toqué su cara. Su pelo es muy suave, y además parece ser muy inteligente, porque lo primero que hizo fue sacar las galletitas de la bolsa de mi chamarra. Jugamos un rato. Ya vamos hacia el comedor, pero no está de buen humor. Y no lo está, porque Ava me ha robado la carne del Plato. ¡Sí! De verdad, ¿Este perro está bien entrenado? Me pregunto… Laura, nuestra entrenadora, la ha regañado. Yo intento consolarla, pero también me regañan! ¡Ay! Debo aprender a tener carácter con esta perra, porque por lo que se ve, ella también tiene carácter fuerte y, ¡Sí, es verdad! Los primeros días de entrenamiento son un verdadero calvario! Ya me he caído en la nieve. Ella lo único que hizo fue regresar corriendo a la escuela. sí, tuve que esperar A que llegaran los entrenadores por mí; estoy dudando si realmente haremos buen equipo. ¿Que no se supone que debería ser diferente?

Es la hora de tomar la fotografía que nos pondrán en la credencial que acredita a Ava Como perro de servicio. Con ella podremos entrar, se supone, A todos los lugares. Llega el presidente de la escuela, Greg. Un perro ladra fuertemente. De nuevo, es Ava. Parece que no le gustan los hombres con gorra, barba y bigote; tengo que regañarla. Me obedece poco en los entrenamientos, ya ha querido pelearse con el perro de una casa, y tuve que castigarla. Me duele castigarla, ya la quiero. Conmigo es cariñosa, ya un poco, al menos no me ha vuelto a dejar tirada como el primer día.

Parece que mi carácter es más fuerte que el de ella. Ya me obedece. Prácticamente hace lo que le pido, aunque todavía con un poco de trabajo. Como si con su actitud me dijera: “¿Y yo porqué debo obedecerte?” Es inteligente. Hemos ido al metro de Detroit. El entrenamiento estuvo bien, sin… bueno, prefiero no recordar el momento en que visitamos los Lagos, y ¡Estuvo a punto de lanzarse a cazar un ganso! Casi me tira al agua, prácticamente congelada.

Ciudad de México.

Ya estamos en México. Bajamos del avión, con todos nuestros compañeros, cada quien con su respectivo perro. ¡El vuelo estuvo genial! Mejor dicho, los vuelos, y me refiero al comportamiento de Ava. Quiero olvidar que cuando estábamos despegando en Dallas, ladró sonoramente. Mi amiga Nadia ha venido por nosotros al aeropuerto. Estamos felices de encontrarnos. Estamos saliendo, Ava olfatea El aire contaminado de la Ciudad de México, y entonces una, dos , tres y… ¡Aaaachuuu! A este perro no le va a gustar el aire de aquí, tan contaminado.

Ya estamos en casa. Donde antes vivía sola ahora me acompaña un perro. Poco a poco nos vamos integrando a mis actividades normales. Es ejemplar el comportamiento de mi perrita en la calle, aunque todavía es un poco desobediente, pero tenemos un problema muy grande con los olores. Tengo que llamarle la atención de manera constante, porque huele todo lo que encuentra a su paso. Pero jamás, nunca antes, había sentido una seguridad como esta en la calle. Sé que no voy a chocar. Sé que nada me va a ocurrir. Es extraño, pero estoy confiando mi vida a un perro. Estoy aprendiendo a hacerlo y esta sensación me agrada.

Estamos en febrero. Dos meses han pasado de nuestro arribo a México; me encuentro cansada. Hoy hay mucha gente en el metro. Estamos subiendo las escaleras eléctricas y tengo que gritarle a la persona de enfrente que avance por favor, para que mi perro pueda saltar el aspa. No me escucha, ¡Ava llora como nunca! Llora y yo también comienzo a llorar, por dentro y por fuera. Me encuentro en medio de un río de gente y tengo que gritar pidiendo ayuda: “¡Por favor, que alguien nos ayude!” Gente Muy amable se acerca. Comenzamos a dejar pequeños charcos de sangre a nuestro paso. Tenemos que subir las escaleras para salir del metro. Tomamos un taxi. Ava se queja, llora. Yo también estoy llorando, pero sé que tenemos que salir de esto. Sé que tenemos que lograrlo. No puedo ver, no puedo saber bien qué le ha ocurrido. Llamo a Ernesto Ávila, su veterinario, y también mi amigo. Nos espera en la clínica. La lesión es seria, pero se repondrá. Ernesto dice un mes de incapacidad como mínimo; la escalera eléctrica le atrapó su pata trasera derecha. Se quedó sin almohadilla Y tengo que curarla todos los días. Mi amiga Nadia nos ayuda, y asiste a nuestra casa sin falta cada día para curar a mi pequeña. Algunas amigas me ayudan a cuidarla en mi ausencia porque yo debo trabajar. En ocasiones tengo que pagarle a alguien para que lo haga, pero todo merece el esfuerzo para que Ava se cure. Me parte el corazón escucharla llorar cuando salgo por las mañanas a la oficina y no puedo llevarla conmigo.

Sierra de Puebla.

Estamos en agosto de 2010 y muchas cosas nos han ocurrido. Lo de su patita, una enfermedad en el estómago por andar recogiendo del suelo cosas que no debe… Ahora estamos en un helicóptero, en medio de la sierra poblana. Haremos una expedición, pero yo nunca he hecho algo parecido; n siquiera voy al campo. Mi vida es la oficina, mis tacones de 15 cm en la calle. Yo no sé nada de casas de campaña, y mucho menos de expediciones, pero ya nos metimos aquí, con 10 personas que son perfectamente desconocidas. Todos tienen una discapacidad distinta. Soy la única ciega y Ava el único perro que nos acompaña.

Estamos a 27 de agosto del 2010. No tengo fuerzas para nada, ni siquiera para escribir en braille. Me duele cada centímetro Del cuerpo; hemos ascendido a más de 4500 metros sobre el nivel del mar. Estamos en el pico de Orizaba, la montaña más alta de México. En el último campamento antes de atacar la cumbre y comenzar a bajar del otro lado de la montaña. Debemos llegar al mar en el golfo de México. Hoy viví una experiencia que ¡Espero nunca olvidar! Yo quería sentarme a llorar, mi cansancio era más grande que mi voluntad de continuar. Tenía que tomar agua más o menos cada cinco minutos. Me faltaba el aire. Y es que a esta altura y sin condición física es muy difícil tan sólo estar. Entonces Ava, con toda su fuerza, con sus 25 kilos, me jalaba hacia adelante. Llloraba, de alguna forma me pedía que continuáramos. Mis demás compañeros también lo hacían… Y entonces estamos aquí, gracias a Dios y al amor incondicional que me tiene la pequeña perra guía que hoy me enseñó a continuar, pase lo que pase, siempre adelante. y a nunca mirar atrás.

Estamos a 30 de agosto. Hoy haremos unos 35 kilómetros en balsas. Nnavegaremos el Río La Antigua; decido, junto con los productores, que lo más adecuado es que Ava no haga este recorrido. Irá en camioneta con alguien que se hará cargo de ella todo el día. Llevamos ya varias horas navegando. Adelante, atrás, derecha, izquierda. ¡Paren! ¡Esto es muy divertido! Es increíble la adrenalina y la velocidad a la que vamos. Dicen nuestros guías que estos rápidos son categoría 4-5. Apenas tocamos el agua. A veces tengo la impresión de que saldré volando, despedida de la balsa por la rapidez a la que estamos descendiendo. Y de pronto, ese pensamiento se vuelve realidad. Estoy volando, ya estoy en el agua. No puedo respirar. Una mano me jala. Creo que es Saúl; estoy delirando, pareciera que veo luces. Ya no tengo aire, no sé. Comienzo a despedirme de la vida, de todo, de mi pequeña Ava. Pero no, ¡Yo no puedo quedarme aquí! No puedo morir porque ¿Qué será de ella sin mí? Cómo le van a explicar. ¿Como ella entenderá que ya no llegaré por ella y que no jugaremos más? ¡Y que no andaremos 1000 caminos más? Entonces comienzo a luchar con todas mis fuerzas para salir del agua. La mano me soltó ya hace un rato, pero no puedo luchar porque la balsa está sobre mi cuerpo. Necesito salir, respirar. Entonces logro sacar mi cabeza y tomar aire pero entonces, de nuevo, la corriente me lleva. Me arrastra ignoro a dónde. recuerdo lo poco que aprendí en mis clases de natación y me coloco Boca arriba. Aún la balsa está sobre mí, pero puedo respirar y ¡Eso ya es ganancia! Tengo mucho miedo, pero tengo que resistir y confío en que me saquen pronto. Gerardo, nuestro guía, voltea la balsa, y mucha gente me toca. Me cargan. Me ayudan a salir, y yo no puedo moverme. Mi cuerpo está descoordinado, no me obedece. Hasta que me ponen en tierra firme y comienzo a reaccionar. Lo veo y no lo creo, estoy de nuevo en la balsa con todos mis compañeros. Para terminar el recorrido llegamos al campamento, y ¡Siento las patas de un perro que se me echa encima! ¡Esto es la alegría más grande! ¡Estoy viva, y con mi perro fiel dándome una singular bienvenida!

Hoy es 4 de septiembre de 2010. Después de incontables aventuras, por fin, llegamos al mar: barra de Chachalacas en el golfo de México. ¡No puedo describir esta emoción! Mi pequeña corre como loca por la arena. Se arrastra y celebra con nosotros este triunfo ¡Donde nos demostramos que nuestras almas son todo terreno! Todos estamos contentos, producción y participantes. Siento que después de esto nuestra vida no volverá a ser igual ¡Y que podremos ir más allá de lo imposible!

Ciudad de México.

Tenemos mucho trabajo en el banco. El programa de la expedición está a punto de salir al aire. Mi pequeña y yo, junto con Saúl Mendoza, somos punta de lanza del proyecto. Tenemos que dar entrevistas y dejarnos tomar fotografías y esas cosas. Cuando estamos en diciembre, la gente nos reconoce en la calle. Es muy raro, pero me parece bueno porque de alguna manera estamos fomentando la cultura del perro guía en México.

Cartagena de Indias.

23 de enero de 2013.- ¡Estoy cansadísima! No pude dormir absolutamente nada en el vuelo. En ninguno de los dos que nos trajeron a Cartagena de Indias a presentar el libro cierra los ojos que vamos a ver. Lo escribió mi amiga venezolana Menena Cottin. La persona que nos asistió en Bogotá insistió en subir las escaleras eléctricas. Mi pequeña dio un mal paso y le duele su pata un poco. Afortunadamente le han puesto medicamento, pero ya son las cuatro de la tarde y ¡Ella no para devolver el estómago! Qué será ¡El medicamento o qué?

Hemos tenido que llamar otra vez a un doctor que ha venido a ponerle suero. ¡Esto es grave! Son las dos de la mañana, he tenido que llamar a Sergio y a los Cottin para decirles que internaré a mi pequeña en un hospital, porque continúa devolviendo. ¡Esto es grave! ¡No es normal! Cuando estoy apunto de salir al hospital que el personal del hotel, muy amablemente me ha recomendado, encuentro a mi amiga Menena, quien me ofrece acompañarme al hospital. Dejamos a Ava. Dice el doctor que hará todo lo posible para salvarla. Ya estamos en la calle y yo estoy llorando y, entonces, mi amiga me abraza. Me cuenta el color anaranjado precioso de la hermosa luna de Cartagena y me dice que Ava estará bien, que me tome el tiempo necesario y que no importa si dejo de asistir a los eventos ya programados. Solamente tendré que ir a la presentación del libro que será el viernes, ¡En dos días! Prácticamente en un día, porque son las cuatro de la madrugada. Me pide ser fuerte. Duermo un poco cuando llegamos al hotel.

A las nueve de la mañana estoy lista. Sergio y Nenena me dicen que por favor descanse; yo tomo la decisión de acompañarlos. Sergio asistirá a otros compromisos, pero viene con nosotros Denisse. Iremos a un lugar llamado Palenque donde hablaremos del Libro negro de los colores. Estoy preocupada pero mi resolución no cambiará. Si mi pequeña perra guía pudiera trabajar, en este momento preciso lo haría. Mucho tengo que aprender de ella.

Casi es 25 de enero y nos encontramos presentando nuestro libro. Sergio me pregunta acerca de Ava Y me dice que si quiero, puedo contarle a los asistentes quién es ella. Yo lo hago, pero no puedo evitar llorar y pongo en práctica lo aprendido dos años atrás cuando estábamos en la montaña y yo no quería continuar. Ava fue quien me obligó. Los acontecimientos han sido muchos. No podría terminar de escribir este día si continuara.

Ciudad de México.

Tal vez pudiera hacer un libro de mis vivencias en compañía de Ava contando todo lo que he aprendido a lo largo de estos cinco años, pero de lo más importante que he aprendido durante este lustro son tres cosas:

  1. Compartir nuestra vida con alguien siempre nos enriquece. Nos vuelve Vulnerables. pero ser vulnerable no es malo, nos recuerda que somos capaces de dar y recibir, de sentir amor.
  2. Una de las cosas más importantes que existen en la vida es la lealtad, y mi pequeña me ha regalado mucho de eso.

  3. Tener un perro guía me ha permitido enseñarle a la gente la diversidad. ¡Como una persona y un perro pueden hacer un equipo extraordinario!

Cuando estaba en la escuela, en el entrenamiento, El presidente de la escuela me dijo algo que les comparto: “¡Tienes un perro muy inteligente! Será muy difícil el acoplamiento entre ustedes, pero tienes que pensar que Ava es un diamante en bruto. Me han contado que tú conoces mucho de eso, lucero. Tu trabajo es pulirlo, ¡Hacer que brille con todo su esplendor! Imagina que tú eres… ¿Qué metal te gusta?” A lo que yo respondí: “el platino, porque siempre es blanco”.

Al día de hoy el cariño que mi perro guía y yo nos tenemos vale más que el oro, y juntas somos como el platino y un diamante corte cero, ¡Triple cero! De esos donde con la refracción de la luz Y un lente especial se pueden ver de un lado ocho flechas, y del otro ocho corazones perfectamente bien definidos. Ava, con la pureza más alta, la más alta que puede poseer El más puro diamante, me ha enseñado que el amor es la herramienta más letal para superar cualquier adversidad ¡Y nada, nada vale más que eso! Junto con la buena voluntad, la fuerza de su corazón que es más dura que los diamantes, que no se rompen. Igual que la determinación que he aprendido a tener con el paso del tiempo y las experiencias vividas; eso vale más que 24 kilates.

Del color, no encontré ningún color posible para asignarle a esta crónica. El de los diamantes, creo que ese viene bien; son incoloros. Igual que el agua, que nos mantiene vivos. ¡Curioso! E increíble que caigamos en cuenta de que las cosas más importantes de la vida no tienen color. Como los diamantes, El amor incondicional no se puede ver de ningún color, pero se puede sentir y se puede ver luz a través de él.


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Publicado el Categorías Crónicas, Relatos

Acerca de Lucero Márquez

Lucero es conferencista profesional y promotora de los derechos de los usuarios de perros de asistencia. Es la protagonista del libro Cierra los ojos que vamos a ver, de Menena Cottin. Está desarrollando a través del marketing netWork un proyecto donde verdaderamente se incluye a personas con discapacidad en el mundo productivo.

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